Richard Zaratustra nace en la capital entrerriana de Paraná
el 7 de marzo de 1937. Por problemas de salud su padre debe marchar, por
consejo médico, al extranjero en busca de un clima más benigno; nunca más su
familia supo de él.
Solo con su madre, el joven, pasa por largas y penosas peripecias
que lo conducen irremediablemente, como él, años más tarde afirmaría, <hacia
ese extraño futuro, mezcla del más sórdido pasado sintetizado en un presente de
plusvalía intelectual descontracturado y multiforme>
Niño prodigio desde sus más tierna infancia, goza recitando
poemas, escritos por el mismo, ante los atónitos y desencajados concurrentes de
la Sociedad de Fomento 3 de Febrero, lugar donde el precoz Richard supo
granjearse los más profundos afectos y también los más desmedidos e inauditos
recelos.
Con tan solo 16 años, y mediante un permiso especial de la
intendencia, Richard inicia sus estudios universitarios de Filosofía y letras
en la Universidad Nacional de Paraná.
Mas su centellante curiosidad lo llevan a abandonar transitoriamente
los estudios para emprender un viaje en bicicleta por todo el país. Casi 5 años
después, y con infinidad de historias calcadas a fuego en sus abrillantadas
retinas, Richard Zaratustra se aboca por completo al término de la carrera, que
cumplimenta en tiempo record.
Graduado con honores, mención especial en el XXIV simposio
sobre caries y pediculosis, una plaga a desterrar; galardonado con el premio “pluma
dorada” de la academia de colombófilos y taxidermistas; y condecorado especial
por el Rotary Club de Puente 12; el
portentoso Richard se sumerge por completo en un océano de letras, oraciones,
versos, estrofas dando forma y orden a su primer gran obra “Ese trago de cicuta
que guardaba en la nevera” (1958) y su controversial antología “Las lágrimas
del ruiseñor porfiado” (1959).
Mas su vertiginosa carrera hacia la fama se vería
interrumpida trágicamente por un desagradable hecho que marcaría para siempre a
Richard, la muerte de su madre, Doña Ester del Carmen María de Jesús Ordoñez de
Zaratustra. Es allí donde el dilatado Richard Zaratustra da vida, tal vez, a su
obra más lúgubre y oscura “El alma en pena que andaba en camisón” (1961).
En 1962 contrae matrimonio en primeras nupcias con quien sería
su más grande amor, Susana Dulce Acacia Ramírez, quien se transformara rápidamente
en sostén y guía de Richard, dando este acontecimiento feliz un nuevo y
renovado impulso a la carrera literaria del escritor.
Escribe con frenética obsesión, sin detenerse, se pasaba días
enteros solo escribiendo, apenas probaba bocado, comento su mujer a un periodista
del Lemon News. En el término de un par de años escribe entre otras sus grandes
obras de la lisérgia surrealista que lo destacaron en esos años, “Todas las
vacas marchan al matadero” (1962), “Tan solo una uña” (1963), “El extraño caso
del lobizón” (1963), “Deseando matar a Dora” (1964), entre otros grandes
cuentos.
En 1965 es convocado para participar en un certamen
literario en Estocolmo.
Gracias a las pasta frolas rifadas por su mujer y un par de anónimos
Mecenas de este portentoso literato, pudo al fin hacerse a la mar rumbo a la soñada Estocolmo,
donde, si la suerte lo enfundaba en su misterioso e inexplicable halo, seria
tal vez merecedor del premio máximo de la literatura mundial.
Alojado en el hotel Birger Jarl conoce, por esas arrogancias
del destino, al hermano del líder vietnamita
Ho Chi Minh. Enseguida se inició una gran amistad que duraría hasta el final de
sus días.
Inspirado en esa contienda da vida a su famosa obra “Viviendo
en una lata de sardinas vencida en el ‘48” (1966)
En Estocolmo Richard no consigue mención alguna, aunque el
viaje por tierras vikingas insufló grandes espasmos arcaicos en las venas
repletas de tinta del literato.
En 1967, harto ya de la vida sedentaria, se embarca en una
ambiciosa tarea, se propone escribir un cuento mientras salta en paracaídas de
un avión a 2000 metros de altura.
El resultado de ese descabellado proyecto tradujo como
resultado un maravilloso y excitante cuento de vértigo y adrenalina, tan
salvaje y horizontal en su trayectoria como un viaje en subte desde Retiro a Constitución
a las 18 horas; “Las maravillosas aventuras de los residuos industriales desde
que son vertidos en el Riachuelo hasta su inevitable final en las aguas turbias
del Rio de la Plata” (1967). A pesar del acotado tiempo con el que contaba para
escribir, Richard logro plasmar en unas arrugadas hojas color beige, mil
trecientas cuarenta y cuatro palabras desbordantes de sádico y profundo bondage
literario, más parecido a un viejo film de pin up que a una obra maestra de las
letras americanas.
Tras escribir algunos ensayos más, cuatro novelas y 58
cuentos cortos, en 1971 se exilia en Cuba, en la localidad de Arimao,
municipalidad de Cienfuegos, provincia de Las Villas. Es en la bella Arimao
donde Zaratustra compone su obra culmine de toda su carrera; más tarde, los críticos
del mundo dirán que nunca más Zaratustra podrá superar al propio Zaratustra del
’71.
Para los entusiastas del género literario clásico, lindando
lo barroco por sus desmesuras, puede ser que la obra de Zaratustra compuesta en
Arimao allá por 1971 “La vida me picotea la entrepierna” sea indiscutiblemente
el cenit de su vida literaria. Para los lectores ávidos de material de
reciclaje intelectual, adobado con pizcas de esquirlas de demencial desborde,
matizado con finos destellos de desesperanza y desencanto, las obras
posteriores resultaran de mayor interés; como una serie de 25 cuentes
correlativos escritos entre 1973 y 1975, con títulos como “Mi guagua desviada”,
“La nieve de tus ojos me queman”, “El pico del águila que sin picar picaba”
entre los más conocidos.
En esos delicados años en la querida Cuba, visita al Héroe y
libertador nacional Fidel Castro Ruz, con quien entabla franca amistad, tal es así,
que hoy día una de las arterias principales de la localidad de Arimao lleva el
nombre del difunto escritor.
Para el año 2005, añorando su patria, se embarca para la
Argentina donde pasa su último año de vida, cansado y enfermo, con caspa y
seborrea palpitante, muere el 3 de abril del 2006, mientras hacia las compras
en la verdulería, una tarde gris a las 17:53 horas. Sus últimas palabras, según algunos
testigos del trágico suceso fueron: “espero que el espacio físico que ahora
dejo vacío, sea completado por aquel sueño perdido que deje caer cuando
renuncie al olvido”.
Gracias a generosos aportes suministrados por la viuda de
Richard, se han podido recopilar numeroso material inédito del escritor. Parte de
ese valiosísimo material lo iremos publicando en este humilde blog, como una
forma modesta, pero sentida de brindar nuestro reconocimiento a ese gran
escritor que fue Zaratustra y poder así rescatarlo de las sombras en que hoy día
está sepultado ese baluarte de la literatura latinoamericana.
Esperamos que algún día Richard Zaratustra pueda gozar del
merecido reconocimiento que se le debe.
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