En todos los países donde reina la producción capitalista no
se paga la fuerza de trabajo hasta que ha funcionado durante cierto tiempo,
fijado en el contrato, por ejemplo, al fin de cada semana. En todas partes el
trabajador deja, pues, que el capitalista consuma su fuerza de trabajo antes de
obtener el precio de ella; en una palabra: le fía o presta en todos los
conceptos. Como ese préstamo, que no es un beneficio estéril para el capitalista
no modifica la naturaleza misma del cambio, supondremos provisionalmente, a fin
de evitar inútiles complicaciones, que el dueño de la fuerza de trabajo recibe
el precio estipulado, desde el momento que la vende.
El valor de uso entregado por el trabajador al comprador, a
cambio de dinero, solo se manifiesta en su empleo, es decir, en el consumo de
la fuerza de trabajo vendida. Este consumo, que es a la vez producción de mercancías
y de plusvalía, se efectúa, como el consumo de cualquier mercancía, fuera del
mercado, lejos del dominio de la circulación.
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