Tartamudo como el
golpear del tren, balbuceaba frases inentendibles; las escupía como espesa
saliva de borrachera, las vomitaba como sangrante coagulo estomacal.
Nadie entendía
sus frenéticas palabras, no creo que llegaran a significar algún concepto coherente,
solo heréticas tribulaciones de un maniático febril, con salvaje mirada perdida
y desorientada.
Los comensales se reían de su desesperación,
se burlaban abiertamente de sus recónditos tormentos que fluían como un chorro
de agua de su despoblada boca purulenta. De pronto un golpe mal dado da de
lleno en la cabeza del desquiciado, dejándolo embotado por unos minutos; una
atronadora carcajada general explota en el aire.
Su cabeza le
duele horrores, sus pesadillas se arremolinan todas juntas propiciando ese
terrible huracán que las píldoras consiguen contener, la sangre bulle en sus
venas hinchadas por el odio.
Sangre, sangre
salada que brota a raudal de los restos irreconocibles; las Erinias vengadoras
otra vez interfieren con su tratamiento; la salida del Hades cada vez esta mas
lejos, se dice mientras enjuga sus manos carmesí.
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