Entrando en las vías de la desesperanza, roto el destino, ajado sin aliento y en vilo, miro a mi alrededor buscando eso que nunca persigo, la significación misma del olvido, la guadaña cruel del camino, sin reflejo, sin sentido, llevando en cada mano un sonido, sonido del viento, del aire, sonido sordo que no dice nada pero que sin embargo resuena hasta en lo mas recóndito del alma, alma sin oro para queronte, barquero ciego sin rencores ni temores, soldado fiel de las tinieblas sin preferencias.
Dando pasos de ecatonquiro mirando fijo aquella luz que me invita a pasar, sigo sin entender como Efialtes en su traición si fue Judas el traicionado o el traidor.
En lo más lejano del paraíso bien asido y ajustado, vive prometeo encadenado con su hígado devorado. Enhiesto y marchito en alto la frente y altiva la mirada con su faz iluminada por las sombras del descuido sufre en silencio su hado sin que nadie en su letanía se haga eco de su llanto; mas si los campos verdes que lo rodean cobraran de pronto animación propia y lo vieran tan frágil en su desventura, quien fuera el primero en dar paso a la libertad desafiando al gran tronador, estéril de compasión, toro blanco sin remordimiento.
Verbo hecho carne, sal profunda de la herida del pecador trae contigo la salvación del que le dio el fuego a la nación. Padre bendito, conquistador del infierno, captor de la serpiente sempiterna, domador de la guadaña, fuego perenne que congela las tinieblas dale un respiro al pobre corazón del que el fuego nos dio, tan solo llévalo contigo a lo lejos a lo profundo del vergel donde las huestes de Gabriel lo escoltaran hasta devolverlo a El.
Lluvia monolítica, pictograma inmaculado devélame el secreto que guardas, multiplica los peces, deja que tu reflejo guie las miradas.
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