El Señor de la
Vida.
Su nombre proviene de la palabra quetzal, nombre de un extraño pájaro que
tenía una larga cola de plumas, y de cóatl, palabra con la que se designaba a
la serpiente. En tiempos antiguos, bajo diferentes denominaciones, reinó sobre
una vasta región de América, desde los desiertos de Arizona hasta las cumbres
de los Andes. Era especialmente bien recibido en los territorios desérticos,
porque su presencia siempre anunciaba lluvia. En sus distintas manifestaciones
aparecía como dios del cielo y del sol, como dios de los vientos, de la
estrella de la mañana, y también como el benefactor de la humanidad.
Quetzalcóatl se
aparecía a sus adoradores bajo muchas formas. A veces, sus fieles le veían como
un joven atractivo, con piel del color del trigo, magníficamente ataviado con
una capa de plumas de quetzal. Otras muchas veces, se le veía cruzando el cielo
como la Serpiente Emplumada ,
y en estos casos era una visión impresionante, con las brillantes escamas
multicolores del cuerpo fundiéndose o contrastando con las llamativas plumas
del cuello y la cabeza.
Como Señor de la Vida , procuró la prosperidad
de su pueblo, asegurándoles buenas lluvias y fertilidad continua. Era también
Dios del Viento, creador de todas las formas de vida y padre amantísimo de todo
el Cosmos.
Después de haber
resuelto las necesidades físicas de sus hijos mortales, les enseñó los caminos
de la civilización. Enseñó a los artistas y artesanos a crear objetos útiles y
bellos, les dio canciones, danzas, y poesía, guió a sus gobernantes para que
fuesen justos y misericordiosos.
Después de muchos
siglos, reveló a su pueblo los tesoros ocultos bajo el suelo. Los hombres
abrieron las grandes vetas de oro y plata que corren como ríos bajo la tierra,
y encontraron el brillante metal incrustado en la roca. Gracias al fuego, otro
regalo de Quetzalcóatl, pudieron convertir el oro y la plata en toda clase de
objetos y ornamentos.
Bajo a su benigno
reinado, los humanos disfrutaron de felicidad y abundancia. Para demostrar su
gratitud, construyeron espléndidos templos, donde miles de sacerdotes cantaban
y bailaban en honor de Quetzalcóatl. Pero esta Edad de Oro estaba amenazada.
Tezcatlipoca, dios de la Guerra, del Sol y de Luna, estaba celoso del amor que
sentía la gente por Quetzalcóatl.
Tezcatlipoca era
el dios de la discordia y de la hechicería, de la prosperidad y de la
destrucción, además de un gran tramposo, que exigía a los hombres sacrificios
humanos y muertes para sustentarse. Era un personaje de tremendo poder y
horrible aspecto, semejante a un hombre con cara de oso a rayas negras y
amarillas. Sus templos se alzaban junto a los de Quetzalcóatl, y sus sacerdotes
arrancaban el corazón de jóvenes y vírgenes con el fin de satisfacerle, pero ni
siquiera estos sacrificios aplacaron su envidia por Quetzalcóatl.
Tezcatlipoca se
dedicó a atormentar a dioses y mortales. Sedujo a las sobrinas de Quetzalcóatl,
para que la gente perdiera el respeto a las mujeres y a la ley. Volvió a unos
hombres contra otros, enfrentándolos en terribles guerras, les enseñó a
codiciar el oro y la plata en vez de limitarse a admirar su belleza. Con una
serie de trucos mágicos, mató a miles de personas en catástrofes naturales.
Quetzalcóatl, no
viendo esperanzas en el futuro, decidió abandonar a su pueblo por algún tiempo.
Destruyó sus grandes palacios, enterró sus tesoros y transformó a sus
sirvientes en pájaros. Tras prometer a sus devotos que volvería, se alejó hacia
el sol naciente, son sus servidores volando en bandada a su alrededor.
La gente lloró su
partida y esperó ansiosamente su regreso. Cuando los conquistadores españoles
aparecieron por el mar oriental, los indios creyeron que Quetzalcóatl había
regresado y lo recibieron con gran alegría. El emperador les entregó una capa
de plumas de quetzal, pensando que el dios querría volver a vestir su atuendo
de poder.
Pero Tezcatlipoca
les había jugado otra mala pasada. Los españoles resultaron ser ambiciosos
conquistadores, que destruyeron el gran imperio fundado por Quetzalcóatl.
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