La Anábasis
Kirou, literalmente la ascensión de
Ciro, se refiere a la subida del ejército de éste, desde la costa de su
satrapía hasta la batalla de Cunaxa. Allí fue donde Ciro, que pretendía
quitarle el trono a su hermano Artajerjes, encontró la muerte pese a la victoria de sus mercenarios griegos, los
cuales quedaron así totalmente aislados y en medio del inmenso territorio
enemigo.
Ciro había
contratado a 14.000 hoplitas, 2.500 peltastas griegos y alrededor de 200
arqueros cretenses. Todos ellos conformaban lo mejor de su ejército provincial,
en paridad con su guardia de caballería persa, que constaba de 600 jinetes
acorazados. Ciro tenía además un fuerte destacamento de infantería persa de más
de 20.000 hombres; 1.000 jinetes ligeros plafagonios y 1.400 persas de
caballería pesada. El contingente griego estaba al mando de Proxenos, de
Beocia.
La mención de la
guardia de jinetes acorazados de Ciro es el primer antecedente que existe de lo
que serían luego los catafractos persas con caballos acorazados. El combate se
dio junto a Éufrates, a 50
millas de Babilonia. Tisaphernes, un sátrapa vecino de
Ciro, había avisado al rey Artajerjes y el ejército de éste sorprendió a los
rebeldes de Ciro en pleno orden de marcha y un tanto descuidados.
Jenofonte,
verdadero corresponsal de guerra, muy serio en los detalles menores, atribuyó
un número increíble al ejército enemigo, cosa común en todas las menciones
griegas de ejércitos persas. Pero no deja de tener interés para los
investigadores, justamente por la antedicha confiabilidad del historiador.
“Cien mil eran los
bárbaros que acompañaban a Ciro y unos veinte, los carros armados de hoces. […]
Se decía que los enemigos eran un millón doscientos mil y los carros falcados,
doscientos. Tenían, además, seis mil jinetes, al frente de los cuales estaba
Artajerjes”.
Jenofonte atribuyó
a los enemigos de Ciro cuatro contingentes de trescientos mil hombres con
cincuenta carros cada uno, y afirmó que uno de ellos no estuvo en la batalla,
con lo que redujo a los infantes a novecientos mil y los carros presentes a
ciento cincuenta. Aclaró después: “Estas noticias dieron a Ciro los desertores
enemigos procedentes del ejército del rey antes de la batalla y, después del
combate, los que fueron capturados más adelante lo confirmaron”.
Parecía que
Jenofonte quisiera desligarse de cifras tan enormes. Pero quizá llegara a
creerlas posibles, pese a que después en su libro mantiene a los enemigos en
cifras generalmente bajas, con una objetividad de protagonista narrador que aún
hoy nos asombra.
Jenofonte, avanzado
en el relato y cuando él ya tomó el mando, nunca exageró las tropas enemigas ni
planteó números astronómicos, sino que centró más bien en el registro de
cantidades pequeñas y de escaramuzas personales. También vemos que su afán era
casi el de documentar todo, incluso cosas en las que su personaje no quedaba
muy bien parado. Es por tanto un testigo confiable que no miente ni exagera.
Cuando duda, señala la responsabilidad de otras fuentes, no asume una
reafirmación.
La figura de Ciro
el Joven es lo que el historiador ha querido resaltar, pues luchan cien mil de
sus hombres contra los novecientos mil persas del rey. También su deseo es
honrar a los combatientes griegos en general: diez mil cuatrocientos hoplitas y
dos mil quinientos ligeros, que no se sabe si son sólo peltastas o incluyen
además a los arqueros cretenses. Ciro el Joven encarna a Ciro el Grande,
personaje que él utiliza, cual Platón a Sócrates, para reforzar sus propias
ideas cuando escribe la Ciropedia. Quizás
exaltar a los griegos lo movió a aceptar las grandes cifras persas.
Fuera como fuese y
cantidades aparte, el caso es que el ejército de Ciro venía en columna de
marcha, y con el ala derecha compuesta por los griegos recostada sobre el río
Éufrates. De repente se encontró con el ejército de Artajerjes II, desplegado
en orden de batalla. El rey persa, que comandaba a sus tropas desde el centro,
quedaba a la izquierda del ala izquierda de Ciro. Esto da una idea del descuido
que traían los rebeldes y de lo peligrosa que era su posición.
Apenas los griegos
vieron al enemigo comenzaron a desplegarse. Ciro quiso avanzar en dirección
oblicua hacia la izquierda pero Próxenos, el comandante de los mercenarios, se
negó; y con bastante buen criterio, pues no quería perder el río como guarda
del flanco del ala derecha.
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