Sin saber cómo me sorprendo a mi mismo conversando afablemente con Vilca y Amalio, ambos, cordiales en sus maneras, siguen mis palabras atentamente, ofreciéndome gestos de aprobación y conformidad con cada afirmación de mi vulgarizado intelecto que comparto con mi improvisado auditorio.
Debatíamos temas varios, desde la inmigración y proliferación en América de la “blattella germánica; hasta las implicancias de la diáspora mahometana en el mundo occidental y cristiano. Pero, para ser sincero, lo que más me atrapaba de la charla, y me motivaba a continuarla hasta límites insondables de mi capacidad del habla es el hecho de hacer, que Vilca, patético paranoide, se ponga nervioso con lo extenso del coloquio.
Vilca, pasa horas enteras contemplando un cuadro viejo y raido. Hay que interpretar lo que alguna vez el pintor quiso plasmar, tal es su estado de deterioro. Pero Vilca ve un paisaje hermoso, colorido, radiante, lleno de luz y vida… solo que en medio de ese paraíso, como incrustado con posterioridad a la confección de la obra, un ser maléfico lo atormenta.
Asegura que en medio del cuadro un demonio lo condiciona a mirarlo, le dice que hacer, cuando volver y si puede o no salir.
Por eso, cada vez que lo encuentro por los pasillos de mi mansión, le doy charla, me gusta cuando comienza a observar, primero por sobre su hombro, disimuladamente la puerta de su habitación, luego, a medida que van pasando los minutos, su miedo e impaciencia lo desbordan y casi con lagrimas en los ojos sale corriendo hacia el cuadro, a pedirle disculpas por la tardanza al demonio que lo domina.
Saben, me cae bien ese demonio, quien sabe qué tipo de locuras cometería Vilca si no tuviera ese guardián que lo contiene. ¡Válgame Dios!
Un estrepito escalofriante me vuelve a la realidad. Sorprendido, entre sobresaltado y temeroso me estremezco.
Me es difícil entender lo que sucedió en ese extraño momento.
Una inhóspita sensación me invade; como cuando, luego de merendar un emparedado, me siento una golondrina volando al norte; vuelo y vuelo, muy alto, mas alto que las nubes de algodón que me rodean, que me acarician.
Me relajo y me dejo llevar por el viento… hasta que choco contra esa pared, esa pared dura e imperturbable como la hiel de los ojos laminosos de Cirilo cuando me espía escondido detrás de la cortina bermellón.
Entonces mi cuerpo pega un involuntario respingo.
Se me eriza la piel, se me nubla la vista, sudo gruesas gotas frías de mi propio miedo que se derrite como las lagrimas de Tadeo que se desvanecen antes de llegar al suelo.
De solo pensar que alguno de mis compañeros de viaje haya estallado naturalmente me aterroriza, (es común, por estos lugares, que la gente explote de forma natural. Un día estas lo mas bien y al otro ¡PAF! Explotas, no se sabe por qué pasa, pero les aseguro que pasa).
Pero justo antes de desvanecerme y quedar a merced de las odas de Morfeo, la burda y terrible risotada de Amalio me hacen ver la realidad. Uno de sus opulentos flatos, esos que hacen temblar las instalaciones de mi mansión.
Eso fue demasiado para Vilca que dejando escapar un lamento más profundo que el de un perro moribundo, sale corriendo a su habitación en busca de su demonio guardián.
Amalio me enseña sus encías despobladas intentando parecer agraciado, su sonrisa le cruzaba toda la horizontalidad de su rostro, como la boca de un axolotl.
Arqueo la ceja izquierda y lo miro con repulsión. Luego pienso en la frenética huida de Vilca y sonrío.
Bien hecho Amalio, por eso te dije que seriamos amigos para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario