Los sacrificios
Aztecas se celebraban en honor de los dioses y en particular del dios sol, con
un fervor tan ciego y loco que alcanzaban las formas de crueldad más horrendas.
Los sacrificios variaban en cuanto al número, el lugar y el modo de acuerdo con
distintas festividades. El lugar más común era el templo, en cuyo atrio
superior se encontraba el altar destinado a la inmolación de las victimas.
Estas se elegían entre los prisioneros de guerra o entre los esclavos; se
llevaba a uno de ellos cada vez, completamente desnudo, ante el ídolo. Cuatro
sacerdotes tomaban a la victima por los pies y los brazos y la colocaban sobre
el “Chac Mool”, piedra convexa con perfil de hombre. Un sacerdote armado con un
silex aguzado le abría el pecho, le arrancaba el corazón y todavía palpitante
lo ofrecía al sol, (la pericia y velocidad con el cual realizaban este acto era
tal, que antiguos relatos narran asombrosas historias de victimas que, aun con
vida, contemplan azorados a su extraído corazón palpitar fuera de sus pechos).
Entonces lo
arrojaba a los pies del ídolo y después lo recogía para introducirlo con un cucharón
en la boca del ídolo. Después se bañaba el ídolo con la sangre recogida en la
cavidad del Chac Mool. En las fiestas de la diosa azteca Teteianan se decapitaba
a una jovencita sobre las espaldas de otra mujer. En las ceremonias dedicadas
al dios Tlaloc se mataba a un muchacho y a una muchacha ahogándolos en el lago.
En otra fiesta se compraban a tres muchachos entre los seis y siete años y, encerrándolos
en una gruta, se les dejaba morir de hambre y miedo.
El sacrificio mas
importante entre los aztecas era el que los españoles llamaban “gladiatorio”. Consistía
en la inmolación de los prisioneros más valientes sobre la piedra llamada
Temalacatl, plataforma redonda historiada con bajo relieves, levantada en el
templo mayor de los grandes centros sagrados. Sobre ella se colocaba el
prisionero al que se le daba una espada corta y se le ataba por un pie; subía a
combatir contra él un soldado que llevaba las mejores armas. Si el prisionero perdía,
un sacerdote lo tomaba y, vivo o muerto, lo llevaba al altar de los sacrificios
en donde le abría el pecho y arrancaba el corazón, como de costumbre, mientras
que la multitud aplaudía al vencedor. Si por el contrario la victima señalada conseguía
abatir al soldado armado y a otro seis como el primero, salvaba su vida y
recuperaba la libertad. Los ministros ordinarios del sacrificio eran los sacerdotes,
casi siempre en número de seis. Vestían un manto rojo adornado con bolas de
algodón, sobre la cabeza llevaban una corona de plumas de quetzal verdes y
amarillas. Tenían pendientes de oro y piedras preciosas y la frente ceñida por
cintas de materiales textiles o papeles de colores. Todo esto se ha atestiguado
tras el descubrimiento de la pirámide de Tula, en donde se encontró el “Chac
Mool”, y tras el hallazgo de los preciosos objetos sacrifícales del Templo de
los Guerreros de Chichón Itzá.
La ruina de los
Itzá
Ellos no sabían
que esperaban a los señores blancos y a su cristianismo. Ellos no quisieron
pagar tributo. Los espíritus señores de las aves, los espíritus señores de las
piedras preciosas, los espíritus señores de las piedras esculpidas, los espíritus
señores de los jaguares los guiaban y los protegían. ¡Mil seiscientos años y trescientos
años aun, y habría llegado el fin de su vida! Porque sabían por si mismos la
medida de su tiempo.
Cada luna, cada
año, cada día, cada viento camina y pasa a su vez. Igualmente cada sangre llega
al lugar de su reposo, así como llega a su poder y a su trono. Medido estaba el
tiempo en que se vanagloriaban de la magnificencia de los Tres. Medido estaba
el tiempo ñeque podían encontrar el bien del sol. Medido estaba el tiempo en
que podían mirar sobre si el enrejado de las estrellas, donde, vigilando sobre
ellos, los contemplaban los dioses, los dioses que están prisioneros en las
estrellas. Entonces todo era bueno, y entonces ellos fueron abatidos.
Había sabiduría
en ellos. No había pecado entonces. Había en ellos una santa devoción. Ellos Vivian
sanos. No había enfermedad entonces; no había dolores de huesos; no había
fiebre para ellos, no había viruela, no había ardor en el pecho, no había dolor
de vientre, no había consunción. Entonces su cuerpo marchaba enderezado y
recto.
No hicieron así
los señores blancos cuando llegaron aquí. Ellos han enseñado el miedo y han
venido a marchitar las flores. Para que viva su flor han chupado y aspirado las
flores de los otros.
Ya no había
buenos sacerdotes para enseñarnos. Esto esta en el origen de la Sede del segundo tiempo. Y es
igualmente la razón de nuestra muerte. Nosotros no teniamos buenos sacerdotes,
nosotros no teníamos sabiduría y, finalmente, la valentia y la vergüenza se
perdieron. Y todos fueron iguales.
No había otros
conocimientos, no había lenguaje sagrado, no habai enseñanza divina en los
sustitutos de los dioses que llegaron aquí. ¡Extirpar el sol! ¡Esto es lo que
han venido a hacer los extranjeros! Y he aquí que han permanecido los hijos de
sus hijos, aquí, en medio del pueblo, y ellos han recibido su amargura.
[Libro de Chilar
Balam de Chumayel]
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