Las escaleras son
interminables, los laberintos son tan intrincados que sin un guía de confianza
que conozca sus secretos uno estaría irremediablemente perdido, ni siquiera con
artilugios como los de Dedalo e Icaro se podría salir de los confines remotos
de esos abismos en los cuales a cada paso nos adentrábamos mas y mas, tan
profundo que nuestras sombras parecían tomar vida y divagar con sus formas como
el viento del este cuando nos trae su calor. Vapores sulfurosos cortan el
espeso aire con explosiones descontroladas de rojo fuego, infinitas columnas de
humo negro como nubes portadoras de granizo, ascendían ondulantes por todos
lados, el aire era tan impuro, tan toxico que me era casi imposible respirar,
debía realizar un esfuerzo muy grande para poder inhalar el poco aire
respirable que flotaba desganado en el opresivo ambiente. El cuerpo me pesaba,
me oprimía contra el suelo haciendo cada paso que daba una lucha contra la
gravedad, se sentía como estar llegando a las alturas mas extremas pero con la
diferencia que en vez de subir, estábamos bajando, bajando tan profundo que ya
habían pasado varias horas desde que habíamos comenzado con el descenso. Para
colmo de males, mi guía en esta travesía era un endemoniado ser, sombrío y
caviloso, con la serenidad del psicópata, con la parsimonia del asesino que
sabe lo que hace, su mirada torva y esquiva rehusaba la mía con la rapidez del
suspiro, la fetidez de su cuerpo embriagaba el entorno, su hedor era pestilente
como el de mil cuerpos sin vida amontonados en un rincón húmedo de la morgue y
además de todo eso, no emitió sonido alguno desde que ingresamos en las
cavernas. La escasa luz del lugar dificultaba el camino, la vista nunca se
llegaba a acostumbrar a ese rojo intenso que abovedaba la circunvalación de la
fosa en la cual nos encontrábamos. El calor era insoportable, estoy seguro que
ningún ser vivo hubiera resistido tanto calor, se cocerían en su tinta, como quien
dice, lo único que dijo mi guía cuando nos encontramos fue: usted no se
preocupe por lo que se encuentre ahí abajo, nada le pasara, su aura esta
protegida por el gran maestro. Es lo único que dijo, ahora lo recuerdo por este
calor que derrite las piedras, de no ser por la protección de la criatura a la
cual me dirijo a entrevistar mi cuerpo ya se hubiera asado hace rato.Sin
indicio previo la escasa luz roja desaparece dejándonos sumergidos en una
completa oscuridad, tan abrasadora como la ceguera, tan negra como el principio
sin principio, tan aterradora como la conjunción alfanumérica del infinito. Un
helado viento recorrió mi espalda, el miedo se apodero de mi, critique mil
veces mi estupidez por haberme dejado tentar para hacer esta entrevista, me culpe
por haberme dejado tentar… ¿pero acaso a esta criatura que he venido a conocer,
no se la conoce como el mayor tentador de la tierra, el seductor de las
vírgenes, déspota inigualable de las pasiones, pionero de la mentira, audaz
conductor del caos? Un fuerte golpe me regresa a la realidad quitándome de mis
cavilaciones. Me aferro al suelo con la convicción del que sabe que en
cualquier momento va a morir, estoy seguro que voy a morir, cierro los ojos
instintivamente y hundo mi cabeza muy profundo entre mis hombros, como aquel
niño que espera el golpe aleccionador del padre después de cometer una
fechoría; sin embargo y en contra de mis predicciones una poderosa voz, oscura
como el abismo, potente como el trueno, sublime como la eternidad, maldita como
la rabia, decrepita como la lepra, angustiante como el asecho, hábil como la
trampa, me saluda cálidamente:
_ Hola señor Zaratustra, ¿Cómo se encuentra
usted? ¿estuvo bien el viaje?
Abro los ojos lentamente sin comprender
si todo eso era un mal sueño, o si efectivamente ya me encontraba del otro lado
de la realidad tangible de los vivos.
Seguí así, sin comprender, por
un lapso que me pareció infinito.
Perdido, confundido,
desorientado, aterrorizado.
Una brillante luz entre
amarilla y plateada me hizo fruncir el ceño.
La vista me dolía ante tan
fulgurante resplandor incandescente, era como estar ante la presencia de apolo
matutino.
De a poco, la intensidad del
reflejo fue haciéndose cada vez más tenue, más seco, hasta que de pronto, en
medio de luz pude adivinar una oscura
silueta de dimensiones perfectas.
El alma se me fue del cuerpo
cuando me di cuenta que la brillante luz no era luz, sino oscuridad. Oscuridad tan
fuerte y poderosa como imagino seria la luz de mil soles encendidos al unísono.
S- Su Santidad, g-gracias por
darme esta oportunidad... Fueron las primeras palabras que le dirigí al señor
del inframundo.
Gracias a usted por aceptar,
mi hogar no goza de muy buena reputación entre los monos parlantes JAJAJA.
Trate de dibujar una sonrisa
en los labios, pero no pude, solo, le dedique una tímida mirada de soslayo y
aguarde.
Con un inocultable dejo de
fastidio en su tono me increpo.
Vamos hombre, no sea cobarde,
si lo mande llamar no fue para lastimarlo, no me hace falta hacerlo. Además debo
confesar que usted es uno de mis juegos preferidos cuando estoy aburrido de
tanta ociosidad.
Se acuerda que buenos momentos
pasamos juntos, ¡verdad? No se pueden olvidar fácilmente esas cosas, ¿o no?
Sus palabras me hirieron
profundo.
Me asalto de pronto notablemente ofuscado, no
se da cuenta en las condiciones en las cuales estoy condenado a vivir, siempre
en las sombras, siempre oculto, siempre condenado de antemano por delitos que
nunca cometí.
Hace una pausa reflexiva;
claro que no, porque no esté en condiciones de realizarlas, usted bien sabe que
yo soy capaz de eso y mucho más, pero…
Se detuvo nuevamente como
tomándose un segundo para elegir las palabras adecuadas.
Esas son idioteces, idioteces
que están muy lejos de mi real capacidad.
¿Usted acaso cree que yo iría
a una clínica para hacer nacer deforme a una criatura?
¿En verdad me cree capaz de un
acto tan diminuto?
¿Voy a ir Yo al África a
hacerles pasar hambre a unos millones de bípedos?
¿De verdad ustedes los
asquerosos parásitos de las religiones creen que yo el poderoso señor de todo
el mal, (sus palabras iban tomando fuerza a cada suspiro hirviente que salía de
sus pantanosas fauces dejándose llevar por la furia incontenible de la bestia
que dominaba su ser), único poseedor de la sabiduría oscura, gran creador de la
nada informe, voy a detenerme a realizar actos tan insignificantes para mi
magnificencia?
Ahora con la serenidad en la
voz, como la mansa calma que precede a la más estrepitosa de las tempestades,
tan serena que se disimuló con la suavidad me dice:
¿En verdad usted me cree capaz
de eso Sr. Zaratustra?
Ahora que usted me lo hace
notar alteza, me doy cuenta que esos actos no están a su altura… (Siempre trate
de quedar bien con el diablo, uno nunca sabe dónde va a terminar, ¿verdad?)
Usted lo dijo, sabe cuál es el
problema, que los gusanos de carne, nunca reconocen las consecuencias de sus
actos, creen que se puede ir destruyendo el mundo a diestra y siniestra sin que
eso conlleve a consecuencias desastrosas para ustedes mismos, ( y para nosotros
también, aunque no lo crea), la naturaleza no es buena ni mala, estimado señor mío,
sino puro equilibrio.
Se pierde el equilibrio y se
desarma lo que había; ¿me comprende?
El equilibrio es como un
castillo de naipes, así de frágil.
Un leve suspiro puede hacerlo
caer, pero en esa sutil debilidad, en eso en apariencia tan efímero como un
castillo de naipes, es donde radica la mayor de sus virtudes.
Virtud que justamente ustedes,
monos sin pelos, nunca comprendieron.
¿Por qué cree usted acaso que
con mi opositor, mi hermano, aquel que gobierna libremente, sin ningún cliché que
lo condicione, no nos hemos desgarrado en batalla hasta que solo uno predomine?
¿Por qué nos gusta jugar
lentamente?
¡Pues no!, no es eso Richard,
(puedo llamarlo Richard, verdad)
– es un honor alteza...
Continúo el relato entre colérico
y excitado, afirmando cada palabra con la veracidad del más honesto, con la
certeza del más noble de espíritu.
Tal es así que cada minuto que
pasaba, cada vez más me embelesaba con la presencia de ese dios sin paraíso, de
ese ser supremo de la clandestinidad.
Simplemente no nos hemos
matado mutuamente porque, sino se perdería el equilibrio primordial, equilibrio
que ni él ni yo estamos dispuestos a quebrar.
Hay cosas mucho más allá del
insignificante entendimiento de los ortópteros peludos, hay cuestiones que ni
nosotros mismos podemos manejar…
¿Qué clase de cosas? Pregunte
tímidamente; como volviendo en mí.
Me dirige una feroz mirada que
adivino por entre las luminosas sombras que lo abrazan.
¿Qué cosas me pregunta?
Pues vea simpático mamífero, (prosiguió),
para una hormiga sería muy difícil entender que se pueda digitalizar una imagen
y hacerla viajar al otro lado del globo en tan solo segundos.
¿No cree? Imagine usted ahora
que yo tenga que explicarle que hay más allá de mi maravillosa presencia.
¿Cómo se sentiría usted explicándole
a una hormiga la digitalización de las imágenes?
Baje rojo de vergüenza la
mirada; entonces el con sarcástica sonrisa prosiguió…
No se avergüence Richard, lo más
practico en la naturaleza, lo más beneficioso, es, justamente, aceptar la
propia naturaleza de cada ser que la compone.
Se da cuenta la cantidad de
cosas que tengo aun por enseñarle que usted si, está en condiciones de
entender.
Pero no nos apresuremos,
tenemos toda la eternidad para seguir conversando...
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