En esta religión lo espiritual no ocupaba un
lugar prominente. Los dioses no eran seres espirituales, sino criaturas
fundidas en el molde humano, con la mayoría de las debilidades y pasiones de
los seres mortales. Los fines de la religión tampoco eran más espirituales. No
procuraba favores celestiales en la forma de consuelo, elevación del alma o unión
con Dios. Si beneficiaba de algún modo a los seres humanos lo hacia en la forma
de ventajas materiales, como cosechas abundantes y prosperidad en los negocios.
Al mismo tiempo la religión tenia, al menos un contenido ético. Todas las
deidades principales del panteón Sumerio eran ensalzadas en himnos como amantes
de la verdad, la bondad y la justicia. De la diosa Nanshe, por ejemplo, se decía
que “confortaba al huérfano, hacia desaparecer al viudo, creaba un sitio de
destrucción para el poderoso”. Sin embargo, las mismas deidades que
personificaban estos nobles ideales creaban males tales como la falsedad y la
lucha y dotaban a todos los seres humanos de una naturaleza pecadora. Se decía:
“Nunca hijo sin pecado le ha nacido a una madre”.
Una idea imperante en la religión sumeria era
la noción de que el hombre había sido creado para servir a los dioses, no
simplemente adorándolos sino también dándoles alimento. Esta noción fue
revelada en las famosas epopeyas de la Creación y el Diluvio, que suministraron la
historia para los muy posteriores relatos hebreos del Antiguo Testamento,
quienes toman estas historias sumerias y las hacen suyas. La epopeya de la Creación relataba el
triunfo mágico del dios Marduk sobre los dioses envidiosos y cobardes que lo habían
creado, la formación del mundo con el cuerpo de uno de sus rivales muertos y
por fin, para que los dioses pudieran alimentarse, la creación del hombre con
arcilla y sangre de dragón. La narración entera es ruda y repugnante y no había
en ella nada que evocase un sentimiento espiritual o moral. Igualmente bárbara
era la versión sumeria del Diluvio. Los dioses, celosos del hombre, decidieron
destruir a todos los mortales haciendo que se ahogaran. Pero uno de ellos
revelo el secreto a un habitante de la tierra, su favorito, y le aconsejo que
construyera un arca en la que se salvarían él y los suyos. El diluvio duro
siete días hasta que la tierra entera quedo cubierta de agua. Aun los dioses
“se acurrucaban como un perro junto a una pared”. Por fin dejo de llover y las
aguas bajaron. El hombre favorecido salio del arca y ofreció sacrificios en
acción de gracias. Como recompensa se le dio “vida como un dios” y se le traslado
al “lugar donde el sol se eleva”.
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