domingo, 11 de marzo de 2012

Las chispas retorcidas de la flagrante animosidad de la luz. (1952) Por Richard Zaratustra


Camino lentamente hacia la luz que, muy tenuemente, acaricia de lejos, tímida como virgen mujer, mi piel ajada por el tiempo.
Recorro con la mirada aquel pasadizo inundado de soledad, completamente extasiado en sus paredes ocres con perfume a tiempo. Leo mis pensamientos uno tras otro, todos traen lo mismo a mi memoria, recuerdos que ya había olvidado, vuelven frenéticos y desesperados otra vez a atormentarme. Aquellos ojos, fríos como el cáncer que taladran mis sentidos, vuelven tan nítidos y vivos como el último segundo que les permití vivir, vivir y verme partir.
Juego un poco con el viento que escapa presuroso por entre mis huesos.
Camino como hipnotizado hacia esa luz que a cada paso me incita con su calidez a que la siga. No entiendo que es todo esto, pero en verdad ni me importa saberlo.
Lastima esos desdichados recuerdos que se amontonan en mi cerebro y me lastiman; conjeturan unos con otros a ver cual es el peor, el más dañino, ninguno se lleva el premio, todos, unos mas intensamente, otros más sigilosos, dañan la coraza que me aleja de la rtealidad.
Cuando en nuestras vidas tomamos una decisión, es imperativo que midamos las consecuencias de la misma, toda acción conlleva a un determinado resultado, cualquiera sea, puede ser bueno o malo, bueno en algún momento, tal vez el mismo resultado malo en otro, lo importante es saber que el error debe ser lo menos significativo posible, para que el resultado drástico se reduzca a su mínima expresión. De lo contrario las ampollas del tiempo cicatrizan sobre pústulas enfermas y es cuestión de tiempo para que revienten y esparzan su pus.
Cansado de soñar con el paraíso, decidí, por fin, intentar encontrarlo. No fue premeditado, solo lo fui a buscar.
Tanteo la lanza firme en mi mano, el hoplon protege mi lado, mis compañeros rugen cual fieras salvajes el pean.
Marchamos decididos hacia el enemigo que nos aguarda con el mismo ímpetu que nosotros escupimos en la cara del demencial Ares.
El choque suena más poderoso que el trueno de Zeus, ríos de sangre brotan de los cuerpos descuartizados. gritos desgarradores lastiman los oídos.
La desesperación de la supervivencia hace estragos en la conducta de los animales civilizados.
Abrupta como comenzó, la batalla finaliza con el silencio de muerte que la precedió.
Camino hacia la luz, esa calida luz que me acaricia como virgen mujer…

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