viernes, 24 de agosto de 2012

El misterioso cuadro colgado en la pared. (Richard Zaratustra, 1947)

La oscuridad del cuarto lo abrazaba acogedoramente. La estrechez de las paredes no lo sofocaban sino que le provocaban candor, esa especie de calidez que nunca le prodigaron cuando niño. O al menos así imagino que debería ser el cariño, esas paredes húmedas lo hacían sentir contenido, cerraba los ojos y sentía como si lo arroparan en su lecho.
Paso la noche entera sentado en la única silla que tenia. Era de madera de pino, rustica, espartana en su concepción, se dejaba ver que había sido creada para el único fin que cumplía, sentarse, no tenía ni pizca de buen gusto, de detalles decorativos, de imaginación. Solo era una silla de madera de pino para sentarse.
Deja la mirada estacionada por horas en un pequeño cuadro que pendía inseguro en una de las descascaradas paredes color ocre, (le gusta pensar que  en algún remoto pasado fueron ocres, ya que en la actualidad poco queda que de fe de eso).
El cuadrito está sucio y algo deteriorado, pero para él es su mundo, su ventana a la realidad, su escapatoria obligada de las noches, su último refugio, su escondite secreto, su cueva de pirata.
Un pintoresco bosquecillo, al parecer fue bastante colorido, verde esmeralda salpicado de diminutas flores naranjas, un par de arboles imponentes dan robustez a la imagen, el cielo celeste con algunas tímidas nubes dan el marco ideal de paisajismo clásico.
A no ser por un solo detalle cualquiera podría decir de ese cuadro que no tiene nada fuera de lo normal, rosando lo mediocre se podría decir. Ese sórdido detalle es el que tiene ensimismado en la contemplación a Vilco Huanco desde siempre, lo mantiene  hipnotizado, perdido en sus platónicas cavilaciones, flotando en lo más profundo de sus cobardías.
Un ser extraño, demoniaco, inquietante mira turbado hacia delante, entre colérico y desconsolado, uno no sabe si esta rabioso o si está llorando, sea cual fuere el gesto, Vilco sabe que ese ser lo mira, lo llama, lo incita a mirarlo, a comprender sus trastornos, que son los suyos propios, cree entender por lo que una vez, esa única vez, le murmuro ese ser cuando lo sorprendió entre dormido en su silla espartana. Desde ese fatídico día Vilco nunca más pudo dormir, solo mira el cuadro, al ser macabro que lo molesta. Para salir de su cuarto Vilco Huanco le pide permiso al horrendo ser, y cuando está de regreso lo saluda respetuoso con una inclinación solemne de la cabeza. Aunque trata de ausentarse lo menos posible, no sea cosa que el ser horrible se moleste con él.

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