sábado, 6 de octubre de 2012

La inimaginable y arrolladora amistad con el señor del caos. Richard Zaratustra (1969)


Las escaleras son interminables, los laberintos son tan intrincados que sin un guía de confianza que conozca sus secretos uno estaría irremediablemente perdido, ni siquiera con artilugios como los de Dedalo e Icaro se podría salir de los confines remotos de esos abismos en los cuales a cada paso nos adentrábamos mas y mas, tan profundo que nuestras sombras parecían tomar vida y divagar con sus formas como el viento del este cuando nos trae su calor. Vapores sulfurosos cortan el espeso aire con explosiones descontroladas de rojo fuego, infinitas columnas de humo negro como nubes portadoras de granizo, ascendían ondulantes por todos lados, el aire era tan impuro, tan toxico que me era casi imposible respirar, debía realizar un esfuerzo muy grande para poder inhalar el poco aire respirable que flotaba desganado en el opresivo ambiente. El cuerpo me pesaba, me oprimía contra el suelo haciendo cada paso que daba una lucha contra la gravedad, se sentía como estar llegando a las alturas mas extremas pero con la diferencia que en vez de subir, estábamos bajando, bajando tan profundo que ya habían pasado varias horas desde que habíamos comenzado con el descenso. Para colmo de males, mi guía en esta travesía era un endemoniado ser, sombrío y caviloso, con la serenidad del psicópata, con la parsimonia del asesino que sabe lo que hace, su mirada torva y esquiva rehusaba la mía con la rapidez del suspiro, la fetidez de su cuerpo embriagaba el entorno, su hedor era pestilente como el de mil cuerpos sin vida amontonados en un rincón húmedo de la morgue y además de todo eso, no emitió sonido alguno desde que ingresamos en las cavernas. La escasa luz del lugar dificultaba el camino, la vista nunca se llegaba a acostumbrar a ese rojo intenso que abovedaba la circunvalación de la fosa en la cual nos encontrábamos. El calor era insoportable, estoy seguro que ningún ser vivo hubiera resistido tanto calor, se cocerían en su tinta, como quien dice, lo único que dijo mi guía cuando nos encontramos fue: usted no se preocupe por lo que se encuentre ahí abajo, nada le pasara, su aura esta protegida por el gran maestro. Es lo único que dijo, ahora lo recuerdo por este calor que derrite las piedras, de no ser por la protección de la criatura a la cual me dirijo a entrevistar mi cuerpo ya se hubiera asado hace rato.Sin indicio previo la escasa luz roja desaparece dejándonos sumergidos en una completa oscuridad, tan abrasadora como la ceguera, tan negra como el principio sin principio, tan aterradora como la conjunción alfanumérica del infinito. Un helado viento recorrió mi espalda, el miedo se apodero de mi, critique mil veces mi estupidez por haberme dejado tentar para hacer esta entrevista, me culpe por haberme dejado tentar… ¿pero acaso a esta criatura que he venido a conocer, no se la conoce como el mayor tentador de la tierra, el seductor de las vírgenes, déspota inigualable de las pasiones, pionero de la mentira, audaz conductor del caos? Un fuerte golpe me regresa a la realidad quitándome de mis cavilaciones. Me aferro al suelo con la convicción del que sabe que en cualquier momento va a morir, estoy seguro que voy a morir, cierro los ojos instintivamente y hundo mi cabeza muy profundo entre mis hombros, como aquel niño que espera el golpe aleccionador del padre después de cometer una fechoría; sin embargo y en contra de mis predicciones una poderosa voz, oscura como el abismo, potente como el trueno, sublime como la eternidad, maldita como la rabia, decrepita como la lepra, angustiante como el asecho, hábil como la trampa, me saluda cálidamente:
 _ Hola señor Zaratustra, ¿Cómo se encuentra usted? ¿estuvo bien el viaje?
Abro los ojos lentamente sin comprender si todo eso era un mal sueño, o si efectivamente ya me encontraba del otro lado de la realidad tangible de los vivos.
Seguí así, sin comprender, por un lapso que me pareció infinito.
Perdido, confundido, desorientado, aterrorizado.
Una brillante luz entre amarilla y plateada me hizo fruncir el ceño.
La vista me dolía ante tan fulgurante resplandor incandescente, era como estar ante la presencia de apolo matutino.
De a poco, la intensidad del reflejo fue haciéndose cada vez más tenue, más seco, hasta que de pronto, en medio de  luz pude adivinar una oscura silueta de dimensiones perfectas.
El alma se me fue del cuerpo cuando me di cuenta que la brillante luz no era luz, sino oscuridad. Oscuridad tan fuerte y poderosa como imagino seria la luz de mil soles encendidos al unísono.
S- Su Santidad, g-gracias por darme esta oportunidad... Fueron las primeras palabras que le dirigí al señor del inframundo.
Gracias a usted por aceptar, mi hogar no goza de muy buena reputación entre los monos parlantes JAJAJA.
Trate de dibujar una sonrisa en los labios, pero no pude, solo, le dedique una tímida mirada de soslayo y aguarde.
Con un inocultable dejo de fastidio en su tono me increpo.
Vamos hombre, no sea cobarde, si lo mande llamar no fue para lastimarlo, no me hace falta hacerlo. Además debo confesar que usted es uno de mis juegos preferidos cuando estoy aburrido de tanta ociosidad.
Se acuerda que buenos momentos pasamos juntos, ¡verdad? No se pueden olvidar fácilmente esas cosas, ¿o no?
Sus palabras me hirieron profundo.
 Me asalto de pronto notablemente ofuscado, no se da cuenta en las condiciones en las cuales estoy condenado a vivir, siempre en las sombras, siempre oculto, siempre condenado de antemano por delitos que nunca cometí.
Hace una pausa reflexiva; claro que no, porque no esté en condiciones de realizarlas, usted bien sabe que yo soy capaz de eso y mucho más, pero…
Se detuvo nuevamente como tomándose un segundo para elegir las palabras adecuadas.
Esas son idioteces, idioteces que están muy lejos de mi real capacidad.
¿Usted acaso cree que yo iría a una clínica para hacer nacer deforme a una criatura?
¿En verdad me cree capaz de un acto tan diminuto?
¿Voy a ir Yo al África a hacerles pasar hambre a unos millones de bípedos?
¿De verdad ustedes los asquerosos parásitos de las religiones creen que yo el poderoso señor de todo el mal, (sus palabras iban tomando fuerza a cada suspiro hirviente que salía de sus pantanosas fauces dejándose llevar por la furia incontenible de la bestia que dominaba su ser), único poseedor de la sabiduría oscura, gran creador de la nada informe, voy a detenerme a realizar actos tan insignificantes para mi magnificencia?
Ahora con la serenidad en la voz, como la mansa calma que precede a la más estrepitosa de las tempestades, tan serena que se disimuló con la suavidad me dice:
¿En verdad usted me cree capaz de eso Sr. Zaratustra?
Ahora que usted me lo hace notar alteza, me doy cuenta que esos actos no están a su altura… (Siempre trate de quedar bien con el diablo, uno nunca sabe dónde va a terminar, ¿verdad?)
Usted lo dijo, sabe cuál es el problema, que los gusanos de carne, nunca reconocen las consecuencias de sus actos, creen que se puede ir destruyendo el mundo a diestra y siniestra sin que eso conlleve a consecuencias desastrosas para ustedes mismos, ( y para nosotros también, aunque no lo crea), la naturaleza no es buena ni mala, estimado señor mío,  sino puro equilibrio.
Se pierde el equilibrio y se desarma lo que había; ¿me comprende?
El equilibrio es como un castillo de naipes, así de frágil.
Un leve suspiro puede hacerlo caer, pero en esa sutil debilidad, en eso en apariencia tan efímero como un castillo de naipes, es donde radica la mayor de sus virtudes.
Virtud que justamente ustedes, monos sin pelos, nunca comprendieron.
¿Por qué cree usted acaso que con mi opositor, mi hermano, aquel que gobierna libremente, sin ningún cliché que lo condicione, no nos hemos desgarrado en batalla hasta que solo uno predomine?
¿Por qué nos gusta jugar lentamente?
¡Pues no!, no es eso Richard, (puedo llamarlo Richard, verdad)
– es un honor alteza...
Continúo el relato entre colérico y excitado, afirmando cada palabra con la veracidad del más honesto, con la certeza del más noble de espíritu.
Tal es así que cada minuto que pasaba, cada vez más me embelesaba con la presencia de ese dios sin paraíso, de ese ser supremo de la clandestinidad.
Simplemente no nos hemos matado mutuamente porque, sino se perdería el equilibrio primordial, equilibrio que ni él ni yo estamos dispuestos a quebrar.
Hay cosas mucho más allá del insignificante entendimiento de los ortópteros peludos, hay cuestiones que ni nosotros mismos podemos manejar…
¿Qué clase de cosas? Pregunte tímidamente; como volviendo en mí.
Me dirige una feroz mirada que adivino por entre las luminosas sombras que lo abrazan.
¿Qué cosas me pregunta?
Pues vea simpático mamífero, (prosiguió), para una hormiga sería muy difícil entender que se pueda digitalizar una imagen y hacerla viajar al otro lado del globo en tan solo segundos.
¿No cree? Imagine usted ahora que yo tenga que explicarle que hay más allá de mi maravillosa presencia.
¿Cómo se sentiría usted explicándole a una hormiga la digitalización de las imágenes?
Baje rojo de vergüenza la mirada; entonces el con sarcástica sonrisa prosiguió…
No se avergüence Richard, lo más practico en la naturaleza, lo más beneficioso, es, justamente, aceptar la propia naturaleza de cada ser que la compone.
Se da cuenta la cantidad de cosas que tengo aun por enseñarle que usted si, está en condiciones de entender.
Pero no nos apresuremos, tenemos toda la eternidad para seguir conversando...

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