viernes, 14 de septiembre de 2012

La fragilidad de la nada, Richard Zaratustra 1944



Carcomido por el deseo de volver a verte, busco refugiado en mis recuerdos, el preciado tesoro de tu rostro. Frágil como el cristal, tu figura se desvanece como una suave brisa de verano.
Latiendo, muy fuerte en mi pecho, la saeta de cupido desparrama su ponzoña. Corro desesperado por el laberinto de la desesperación sin poder ver, aunque más no sea, una vez más, tus garras afiladas como latentes hojas de puñales, que buscan sedientas mis venas carmesí.
Las manos me tiemblas quejumbrosas, entre risas y lamentos; van dejando los corrompidos huesos, blancos por el tiempo.
Aquella imagen, dulce imagen que me desvela, que me hace retorcer de dolor, me llama insistente desde donde no puedo volver.
Siento las caricias arremetedoras de la plebe soslayar con su parca iniciativa las cadenas incandescentes de la jubilosa Niké.
Más allá del turbio río de aguas negras, las gaviotas revolotean cansadas sobre el cadáver que deje. Sin ganas de posarse a merendar, picotean al viento probando solo el olor que despide la carroña del que alguna vez fue.
Tendido boca arriba, con la mueca de la ironía clavada en la mirada, la sustanciosa calamidad, la terrible enfermedad de unos pocos, se multiplica como cancerigena célula contagiosa, como feroz pandemia que infecta con su hedor a quien la toca.
Así de sagaz e inquebrantable es la voluntad del señor tremendo, aquel que todo lo oculta, aquel que todo lo corrompe.
La tentación es la mentira del hábil, y la muerte del incauto, dijo mientras roía una piedra sin aroma, solo con el amargo sabor a la derrota.

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