martes, 18 de septiembre de 2012

Amor cuajado, Richard Zaratustra (1972)



Desesperado, casi sin sentido, veo elevarse en lo alto la luna cuajada en sangre, inalcanzable como la eternidad, fría como el fuego de tus ojos; terminante como tus palabras, que aun frescas en mis oídos calan profundo dándome el tiro de gracia. Rompiendo mi alma en mil pedazos, igual que aquel rompecabezas que juntos nunca pudimos armar.
Tus labios recorren mi cuerpo en mis sueños. Te veo nítida en la oscuridad que me rodea, abrazada por una tenue luz que resalta tu sublime imagen.
Llora mi corazón palabras en silencio. La parábola del árbol que solo cae en medio del bosque sin nadie que lo oiga, esa parábola que te conté mil veces, hoy muere seca en mi boca, como aquel árbol, sin nadie que sienta el estrépito que ruge doliente al caer.
No supe leer en tus ojos el códice de tu corazón. No supe darte la felicidad que añorabas. Me superaron esos pequeños detalles que siempre reclamaste. No entiendo porque no advertí que tu mundo se construía de pequeños detalles.
Ahora veo todo con mayor claridad. Tu mundo estaba formado por miles y miles de ladrillos, como un magnifico coliseo. Yo solo vi la gran estructura, me extravié en su magnifica arquitectura, en lo refinado de sus contornos, en lo aparatoso de la construcción.
No aprendí a ver tus detalles, me perdí esas pequeñas cosas que juntas hacían tu mundo, tu coliseo.
Miro la luna que me aplasta con su soledad, veo las minúsculas perforaciones brillantes en el negro manto de la noche.
Perdidos en lo infinito, dos luceros esmeraldas me contemplan, como lo hacían tus ojos el día que te fuiste.
Ahora en el crepúsculo de mis días, la sombra de tus ojos me llama con cada reflejo de aquellos pequeños detalles que perdí.

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