lunes, 30 de enero de 2012

Escupiendo alto




Cabalgo en la atormentada ciénaga furiosa y purulenta de las emociones olvidadas, repudiadas, contradictorias como la gélida llama efímera de la venganza.
Saco las cortinas de la imaginación que ya, con tanta vela encendida, arden como fosa sulfurosas del inframundo.
Veo entonces como todo a mí alrededor se derrumba, colapsa cual frágil estructura con cimientos de barro.
La vida es un cofre, como aquel de Pandora, solo que el espíritu de la esperanza nunca sale del mítico baúl.
Es la misma secuencia cada día, nada cambia, solo la futilidad de la esclavitud permanente.
¿Pero? ¿Esclavitud para qué?, ¿que gano siendo pasto de las fieras?
¿Hay algo más allá de este destino de sacrificios inútiles?
Indudablemente no, ¿cómo alguien tan misericordioso, lleno de amor infinito, permitiría la opresión de unos pocos sobre la gran mayoría?
¿Sera que los adinerados burgueses se inmolan por nosotros rechazando la vida eterna prometida al doliente?
Bien sabido es que el “paraíso” es un reino prometido solo para los pobres.
Entonces, vivid sufriendo, llenos de todas las carencias, lejos de la futilidad del consumismo, esa aberración inventada por seres malignos.
Dejad que nosotros, los adinerados de siempre, carguemos con la pesada carga de vivir con infinidad de lujos en esta vida, y cederemos nuestro lugar en el reino de dios a ustedes, los pobres, ustedes si lo merecéis más que nosotros, viles seguidores de lo material, el poder terreno y las banalidades del dinero.
Sociópatas iracundos, babeando furia, con los ojos inyectados en sangre, con el remolino del odio en las venas, con los colmillos afilados como la Tizona, titánicos de rabia y sedientos de sangre.
Son estoicos seres de la oscuridad, guardianes de la desesperación; consumidores impertérritos de las libidinosas carestías del obispo despellejado por la vivida reflexión del abyecto paladín del olvido.
Los aullidos de dolor son la dulce sinfonía del señor de las moscas, esas mismas moscas que, sin miramientos se posaran sobre todos los cuerpos venidos a carne sin chispa, de los pobres, de los ricos, los negros, rubios, enfermos, discriminados, socialmente advenedizos…
Cambia la suerte del desafortunado, como siempre, para peor.
Melancólico como el viento del oeste que llora la perdida de las lluvias en su cansino paso por las altas cumbres.
Salto tan alto como me dan las fuerzas. Igual nunca alcanzo la luna, ni las estrellas, ni el infinito, nunca me encuentro con Dios. Salto y salto pero nunca llego tan alto.
Sigo reptando al acecho entre la mierda, me revuelco en ella, me acostumbro a su pastosa textura. No me siento a gusto entre ella, pero no puedo escapar a ningún otro lugar mas limpio.
Solo la mierda me abraza con la calidez de la fétida madre.
Miro al cielo y veo a Dios que me mira con sorna; en su trono de nubes doradas.
Salto aun mas fuerte, trato de llegar a Él de escupirlo en la cara. Solo consigo que mi esputo salpique mi rostro desesperado.

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